La época blanca
La “época blanca”, que inició en 1941 y terminó entre 1956 y 1958, cuando Rodríguez Lozano dejó de pintar, corresponde un importante número de cuadros principales. Sus temas son la tragedia, el sueño, el amor, la lucha y la esperanza del pueblo, representados como disociaciones metafísicas recompuestas dentro de una total magnífica unidad. Se trata de la obra de madurez del gran pintor, donde se condensan su fuerza y su saber, a la hora en que el artista es dueño de los mejores y más amplios recursos del brillante periodo atravesado entonces por el arte mexicano y su mirada colosal.
Las figuras blancas multiplicadas son el resultado de un esclarecimiento. Todos los sufrimientos posibles condujeron a crearlas. Hombre abandonado en el mundo, al igual que tantos seres humanos, el artista partió desde las tinieblas hacia la conquista de la luz. Logró conquistarla en su vida que es su obra, a través de una lucha cuya huella produjo en sus telas un refinamiento inigualable, que llegó a ser todo suavidad. Para resaltar el blanco, usó simbólicamente como fondo, tonos oscuros que son como las tinieblas encontradas en el descenso hasta los abismos del subconsciente, de los que se retoma hacia la luz, cuando se ansía el esclarecimiento.
Esta época se inicia con el mural La piedad en el desierto (1942), pintado en la Penitenciaría, cuyo tema es la piedad. El pintor sintetiza, se constriñe más que nunca a lo fundamental. Muestra construcciones solas, despojadas; árboles sin sombra, cielos sin ropaje, y las gentes absueltas de toda maldad, claras y sencillas, por fin.
Siguiendo el ejemplo de Diego Rivera, los pintores creían que era necesario pintar murales y tenían esa preocupación constante. Sin embargo, Rodríguez Lozano no presintió que pintaría su primera obra dentro de un penitenciario en las circunstancias más adversas de su vida. Como consecuencia no escogió los temas de la Revolución que ya habían invadido todas las paredes, sino que introdujo en el muralismo mexicano el tema del sacrificio del hombre visto desde un ángulo espiritual y filosófico, tal como venía desarrollándose dentro de su propio ser la idea del arte, que hizo eclosión cuando el artista fue víctima de la injusticia.
Con esta obra, el artista alcanzó la total disciplina, de la que sería ejemplo todos los cuadros de su último periodo de trabajo correspondiente a la “época blanca”.
La piedad en el desierto, fresco (1940), fue restaurado por el INBA y trasladado al Museo del Palacio de Bellas Artes en 1967.
Manuel Rodríguez Lozano
La piedad en el desierto, 1942
Fresco sobre bastidor metálico móvil, 260 x 230 cm
Museo del Palacio de Bellas Artes, INBA
Manuel Rodríguez Lozano
La tragedia en el desierto, 1940
Óleo sobre tela, 200 x 125 cm
Colección Marcos y Vicky Micha
El refinamiento del color, que llevó a Rodríguez Lozano a plasmar los tonos más leves y transparentes de la pintura mexicana de su tiempo, alcanza su más armoniosa expresión en La tragedia en el desierto (1940), donde el eterno femenino está presente como símbolo de renovación. En las tres monumentales y nobles figuras de mujer vistas de espalda, se resume la esperanza constante de florecimiento. Una atmósfera que se ilumina con el tono más callado y vaporoso con que es posible pintar de azules, rosados y grises, crea un ambiente entrañablemente bello de eternidad y trascendencia.
Manuel Rodríguez Lozano
Madre tierra, 1942
Óleo sobre tela, 95 x 70 cm
Colección particular
El blanco sobre el fondo oscuro da la nota de emoción de Madre tierra (1942), donde un remolino de figuras femeninas cubiertas con rebozos blancos, revela a cada pincelada la categoría pictórica humanística que supera el modelo vivo. Con este conjunto de mujeres simbólicas, Rodríguez Lozano representa su dolor y el del pueblo desposeído y, sin embargo, lleno de esperanzas.
Manuel Rodríguez Lozano
El incendio, 1943
Óleo sobre tela, 95 x 71 cm
Colección particular
El incendio (1943), contiene también la figura en arco, pero ahora de una mujer, ésta aparece en brazos de otro hombre que rescata su cuerpo yerto de la catástrofe. Las mujeres en primer plano huyen despavoridas formando fila. Hay centelleo de paños blancos y de llamas como símbolos de rebeldía y posibilidad de purificación.
Manuel Rodríguez Lozano
El arco en la tierra, 1944
Óleo sobre tela, 85 x 110 cm
Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble, INBA
Museo de Arte Moderno de Gómez Palacio Durango
Este cuadro alude dramáticamente a la congoja, el duelo, la rebeldía del que no tiene nada que perder porque todo lo ha perdido. Lleva por título El arco en la tierra (1944), y sirvió de proyecto para el mural El holocausto (1945).
Manuel Rodríguez Lozano
El holocausto, 1944
Óleo sobre tela, 123.5 x 178 cm
Museo de Arte Moderno, INBA.
Las figuras en esta composición son más barrocas, más exasperadas y retorcidas en sus gestos de angustia. El arco humano está pintado sobre una ventana de medio punto, abierta hacia el infinito como símbolo insistente de la liberación y huída hacia mundos mejores. Las mujeres, con gestos de impotencia, están asidas a los extremos del arco y claman justicia, mientras en el último plano de la pintura aparece una claridad. La ventana que en el cuadro se interpreta como símbolo de liberación.
Su figura central es el hombre sacrificado que adopta la forma de un gran arco de medio punto pintado sobre la ventana, en torno al cual giran monumentales figuras exasperadas y retorcidas en actitud de angustia y de impotencia pero también de protesta, liberación y conquista.
Los colores, que son la esencia de la pintura de Rodríguez Lozano, continúan con el tono callado, insisten en finos matices, se transforman en el blanco impar de la última época del pintor. La irradiación de El holocausto (1944), es de carácter mágico, no sólo porque concentra todo el amor y la angustia del artista, sino porque su mensaje puede ser entendido por todo el mundo.
Manuel Rodríguez Lozano
El parto, 1944
Óleo sobre tela, 70 x 95 cm
Centro Nacional de conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble, INBA
El parto (1944), es una obra de noble realismo, expresado con líneas de una geometría contenida y elocuente.
Manuel Rodríguez Lozano
La revolución, 1944-1945
Óleo sobre tela, 95 x 115.5 cm
Museo Nacional de Arte, INBA
El arco inspirado en el cuerpo exánime de un hombre sobre el regazo de una mujer (pietà) es la obra principal de una obra cúspide de la “época blanca”. Arco de un hombre que se dobla como imagen desfallecida, ante el embate del dolor y el sacrificio. Arco blanco, esclarecido por el grado de todos los tributos a un orden inconmovible y brutal y a las fuerzas de la materia y el mal. Tal figura es un elemento central de La Revolución (1944). El hombre aniquilado aparece en el regazo de una piadosa mujer que inclina la cabeza. Un paño blanco cubre sólo una parte del rostro. Tres mujeres a la derecha y tres a la izquierda, las primeras con los brazos en alto y las segundas, con gestos de dolor desesperado, evocan las plañideras griegas. A lo lejos, hombres armados y un jinete, se alejan como figuras de empequeñecida escala, dejando la tragedia en primer término.
Manuel Rodríguez Lozano
La piedad en el desierto, 1945
Óleo sobre tela, 255.8 x 229.8 cm
Colección particular
Manuel Rodríguez Lozano
El rapto, 1947
Óleo sobre tela, 70 x 95 cm
Museo de Arte Moderno, INBA
Manuel Rodríguez Lozano
El cainismo, 1947
Óleo sobre tela, 124 x 89 cm
Banco Nacional de México
Manuel Rodríguez Lozano
Nostalgia, 1956
Óleo sobre tela, x cm
Museo de Arte Moderno, INBA
Es el último gran cuadro que pintó Rodríguez Lozano, fechado en 1956. La mujer vista de espalda, representa la lisa y recortada silueta del concepto de nostalgia; pena y tristeza de vernos ausentes de un bien necesario. Se ha suprimido de esta espléndida obra todo lo sobrante. Las nobles formas de la figura, la ventana de la cual ella se asoma y la pequeña silueta de un jinete que se aleja a la distancia, transmiten en su totalidad, el sentido de lo inasible. El blanco en ricos y variados matices, cumple con su papel, entregando las sensaciones que el pintor se consagró a subrayar.
En su etapa final, su época blanca, Rodríguez Lozano, no hizo otra cosa que transmutar su pasión “teniendo una nube bella y vaporosa sobre el infierno interno de cada idea”.
El empleo de fondos oscuros para dar la impresión de vacío, la preferencia por el ambiente inhóspito, la gama de gestos dolorosos en los rostros velados de las mujeres, comunicada con más fuerza que un rostro al descubierto, la oscuridad de cielos sin luz, la caída de los crepúsculos, el plomo del sacrificio, la sensación de adiós y nostalgia, de incendio y muerte, son constantes simbólicas para integrar una impar alegoría de emancipación humana, donde los símbolos trágicos quedan opacados y disminuidos ante la blanca y misteriosa luz que, con iridiscencias diamantinas, acaba por ser, en realidad, la auténtica característica de este gran pintor de mirada colosal.
Manuel Rodríguez Lozano
El holocausto, (Fresco)
Isábel la Católica, 30. Centro Histórico, D.F.
Taracena, Berta. “Estructura y Movimiento”, en: Museo Nacional de Arte. Manuel Rodríguez Lozano. Pensamiento y Pintura, 1922-1958. México, INBA, 2011. (Págs. 39-73).
Universidad Nacional Autónoma de México. Revista de la Universidad de México. Nueva Época. Número 93, México, Noviembre 2011.
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