El mural El Holocausto, obra de Manuel Rodríguez Lozano fue restaurado junto con el edificio del siglo XVII que lo alberga
(Nota publicada en Excelsior Especiales el 20 de marzo de 2012)
CIUDAD DE MÉXICO, 20 de marzo.- A pesar de su rechazo a la pintura mural por su oposición al arte proselitista, la obra cumbre de Manuel Rodríguez Lozano (1896-1971) es un fresco pintado en la que fuera casa de su mecenas, el coleccionista Francisco Sergio Iturbide, inmueble convertido ahora en un hotel boutique en el Centro Histórico.
Se trata del mural El Holocausto, que Rodríguez Lozano hizo en 1944-45 y quedó abandonado por años debajo del polvo y la mugre, hasta ahora que ante la remodelación del edificio virreinal, ubicado en el número 30 de la calle Isabel La Católica, la pintura fue sometida a una restauración a cargo de Mónica Baptista.
Con una dimensión de 8.94 por 6.37 metros, el mural representa una de las mayores composiciones artísticas del pintor y una de sus obras cumbres de la llamada época blanca, mismo que podrá apreciarse íntegro en el cubo de la escalera del hotel DownTown, de Grupo Habita, que abrirá en mayo próximo.
En julio del año pasado, cuando iniciaron las tareas de remodelación, Baptista se encontró con un mural agrietado, con golpes, escurrimientos de humedad desde el techo, decoloración del pigmento, capas de polvo y cochambre acumulado por el descuido.
“Estaba en un sitio de abandono, aunque el edificio estuvo ocupado por locales comerciales durante un tiempo, el inmueble estaba en malas condiciones y al mural se le metió el agua por la techumbre, esa agua corrió por el mural y fue arrastrando, a través del tiempo, los colores y los dibujos, y fue arañando la pintura; perdimos algunas partes de rostros, vestidos, del cielo azul”, explicó la restauradora.
Sobre un andamio de tres niveles, siete restauradores dirigidos por Baptista comenzaron los trabajos: primero se realizó una limpieza general para retirar el polvo impregnado a pesar de que una lona cubrió la obra. Este primer cepillado sirvió para entender la composición estética, la técnica del fresco y los pigmentos exactos que Rodríguez Lozano usó.
La especialista encontró que el mural, el segundo y último que hizo el artista, está formado por “tareas”; es decir, segmentos de muro que un albañil le preparaba con cal y arena para que el muralista pintara aún fresca la pared.
“Muy temprano se prepara una tarea en una porción del muro, el maestro albañil la deja lista y el pintor realiza sólo este pedazo; puede ser de un metro cuadrado o menor. Esta técnica no permite ninguna corrección después cuando se seca. Aquí encontramos la unión de las tareas y son aproximadamente 15 tareas”, precisó en entrevista.
También descubrió que los vestidos y rebozos de las mujeres tienen una fina textura que al “ojo sencillo” no se perciben, pero sí logran un volumen para enfatizar en el drama de la escena, que se completa con pigmentos en tonos suaves, como el azul y el coral.
La siguiente etapa de restauración consistió en la reposición de la obra completa. Al muro se le reconstruyeron las esquinas fracturadas, a la pintura se le retiró la mugre adherida y con color similar al original –aunque sin la técnica del fresco– se rehicieron los trazos faltantes, sobre todo en los rostros de las mujeres.
“Tuvimos que consolidar las partes que se habían lastimado y un trabajo de reintegración de color muy fino, dándole la misma calidad que tenía la pintura original. Vimos que ya tenía un trabajo de restauración anterior, pero la humedad siguió y los escurrimientos no se detuvieron; ahora la pieza sí quedó sana”, aseguró.
En esta ocasión, además de las labores sobre la pintura también se impermeabilizó el techo y se cubrieron las filtraciones del edificio que data del siglo XVII.
Época blanco
El Holocausto es la escena de un joven escuálido de piel blanca, semidesnudo, con los brazos y la cabeza desplomados hacia atrás. A su alrededor hay nueve mujeres, tres del lado derecho llevan las caras cubiertas y las otras de alrededor la alzan al cielo como “implorando” para impedir la muerte del joven. El fondo es de diferentes tonos de azul.
A decir del investigador del Museo Nacional de Arte Arturo López ésta es la composición estética de Rodríguez Lozano que resume todas sus inquietudes como artista.
“Sólo hizo dos murales, La piedad en el desierto, que realizó en Lecumberri, en 1942, y El Holocausto. Estos murales representan dos obras cumbres dentro de la trayectoria plástica del artista porque se insertan dentro de la llamada época blanca. Expresan el tema de la muerte, el sacrifico del hombre, la piedad, todo con un intenso dramatismo y una plasticidad excepcional”, explicó en entrevista.
La época blanca, detalló, se caracteriza por el uso de tonos fríos: blancos, grises y azules; que el artista usó en ambos murales y en los óleos de su última época, por lo que fue conocido como el pintor de la desolación.
El investigador explicó que Rodríguez Lozano logra separarse del movimiento muralista, incluso ubicarse en la “contracorriente”, al no impregnar un carácter político en sus obras, como sí lo hicieron Rivera, Orozco y Siqueiros.
Al contrario, el pintor recupera la figura de la mujer como símbolo de la cultura popular mexicana, cuestiona la iconografía folclorista y toma como pretexto la muerte para plasmar dolor, soledad, angustia y desesperanza en cuerpos “esqueléticos”. Temas que desarrolla también en pinturas de caballete.
Además de mostrar madurez pictórica, el mural rescata a las “víctimas” de la injusticia social. “Recuperar este mural permite entender con precisión la estética del pintor y aprender, por ejemplo, la composición piramidal que él tomó de la pintura renacentista”, concluyó.
Palacio, centro joyero, hotel...
Un palacio de condes españoles, una posada, un centro joyero y un hotel de lujo. Son las diferentes etapas que ha tenido el edificio que ocupa el número 30 de la calle Isabel La Católica, en el Centro Histórico, con arquitectura del siglo XVII y que alberga el mural El Holocausto.
Construida por la familia Arias –la señora Leonor y sus tres jóvenes hijas– la casa fue símbolo de caridad. Con el tiempo el edificio quedó abandonado y lo adquirió Alonso Dávalos Bracamonte, canciller de la Santa Cruzada, y primer conde de Miravalle, quien le dio el nombre de Palacio de los Condes de Miravalle.
En 1846 la casona fue sede del Ateneo Mexicano, asociación literaria que fundó Ángel Calderón de la Barca, primer embajador español en México; y en 1850 se convirtió en el hotel Del Bazar, hasta 1930, considerado uno de los más cosmopolitas de la ciudad.
Para 1945, el coleccionista de arte Francisco Sergio Iturbide adquiere la casa y solicita a Manuel Rodríguez Lozano un mural. A finales de la década de los 80 quedó abandonada nuevamente y la ocuparon comerciantes de joyería.
Muros de tezontle, marcos de cantera en puertas y ventanas, y una fachada sencilla dan entrada a un jardín de naranjos. La casona, de las más antiguas en el Centro Histórico, es muestra de la arquitectura virreinal.
http://www.excelsior.com.mx/2012/03/20/comunidad/819826#imagen-1
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